Ante la proliferación de salas de pequeño formato en Barcelona, el Aquitània apela al público masivo y La Gleva, al descubrimiento.
Han coincidido en tiempo y espacio (han abierto hace pocas semanas en la parte alta de Barcelona), pero buscan perfiles de montajes y de públicos muy distintos. El Teatre Aquitània aspira a tener un cartel para un público mediático. La Gleva, en cambio, parte del deseo de dar oportunidad a nuevas compañías. Quiere ser un espacio de encuentro con la cultura, que despierte curiosidades, sin perseguir un fin comercial, más bien ofrecer la posibilidad a nuevos creadores de probarse y que puedan tener una compensación económica mínima en una sala con un aforo de unas ochenta localidades.
El Aquitània ocupa el edificio de la última sede de la Filmoteca de Catalunya, antes de que se trasladara al Raval, a su ubicación definitiva. Tuvo una primera etapa en 2013 con Pentateatre, Toni Albà y Marabunta, de Guillem Albà. Más adelante, afrontaron el reto desde el entorno del Teatreneu. Han hecho falta casi dos años de obras para conseguir los permisos y garantizar un buen aislamiento acústico con un presupuesto cercano al medio millón de euros. Scene Barcelona (formado por Toni Coll, Xavier Fuster, Julia y Josep Maria Galilea) afrontan esta nueva etapa. Consideran que es posible interesar al público con espectáculos de comedia de calidad y con presencia mediática por las noches; actuaciones de cabaret en la sesión golfa y matinées familiares. Luis Pardo, el artista más taquillero de los últimos años en salas pequeñas, se ha atrevido a abrir el show en una sala de tamaño medio. Para Fuster, el gran mérito del Aquitània es que tiene un aforo de 330 butacas, una capacidad muy atractiva para hacer viables producciones ambiciosas y con una proximidad notable (también para quienes se sienten en la última fila).
McGuffin, la pieza con la que han arrancado temporada (sin fecha de estreno aún), ya ilustra el tipo de programación que persiguen. La primera dirección es de Carlos Latre y se suman dos personalidades de la comedia televisiva (Mònica Pérez y Jordi Ríos). El montaje nace de uno de los think tanks con más olfato, el Singlot Festival, en Sant Feliu de Guíxols, organizado por El Terrat. De allí se hizo posible el monólogo muy personal de Marc Martínez Humor i hòsties (en cartel desde hace un año en salas como el Raval y posteriormente el Jove Teatre Regina). El plan de negocio del Aquitània es comprometido (“El riesgo es muy bonito”, dice irónicamente Fuster). Necesitan generar un mínimo de 15.000 euros semanales, aunque las ocupaciones completas podrían llegar a 30.000 euros.
La Gleva
La sala parte de la iniciativa de Bárbara Granados y Albert de la Torre, y desde hace unos meses la dirige Júlia Simó. En realidad, se ha acondicionado un estudio de grabación de televisión para que también pueda acoger representaciones teatrales. De hecho, se define como un Espacio Cultural-Teatro en la puerta del local (en un callejón) muy cercano a la plaza Molina. Uno de sus atractivos es, precisamente, la falta de equipamientos culturales cercanos (los más próximos serían el Almeria y el Teatreneu, bajando a Gràcia). Su reto económico es poder contabilizar la grabación diaria de La Xarxa, junto con las sesiones de teatro y también los alquileres para reuniones de todo tipo. Por ahora, ofrecen el 60% de taquilla a las compañías, mientras que el 40% se destina a gastos de personal. Para ser compatibles, las piezas deben ser fáciles de montar y desmontar y no afectar a la iluminación fija prevista para el programa de televisión.
Mañana mismo arranca temporada (hasta el 30 de diciembre) Hem vingut aquí a deixar les coses clares, una dramaturgia colectiva a partir de textos satíricos de Josep Maria de Sagarra dirigida por Jordi Oriol. Júlia Simó pertenece al grupo El Martell, que, ocasionalmente, ofrecerá dentro de unos meses una trilogía de sus tres creaciones (las dos estrenadas y la tercera, en proceso de ensayo). Simó alterna la labor audiovisual con la de programadora teatral. Para Albert de la Torre (que no sigue la actualidad teatral como cuando era crítico), Simó es un valor añadido que permite acceder a nuevas generaciones de artistas. La Gleva aspira a ser reconocida institucionalmente para poder contar con recursos que permitan mejoras técnicas en la sala y también ofrecer mejores condiciones a los artistas, como reducir al 30% su parte de la taquilla.
Badabadoc
Hace apenas un año se inauguró otra sala en Gràcia: Badabadoc. En la calle de Quevedo (vecinos del Porta 4 y del Teatre Lliure de Gràcia) se presentan espectáculos de compañías del circuito offargentino (que aprovechan sus viajes a Europa invitados por otras salas) junto con otros creadores que ya tengan una pequeña trayectoria: “Más rigor que emergencia”, dice la directora Guadalupe Cejas. Tiene un aforo de 50 butacas. Por ahora, “el trabajo de coordinación de la sala no le ha permitido estrenar ninguna de sus piezas”, lamenta.